jueves, 4 de agosto de 2016

ALGUNOS BANCARIOS, por Rhodéa Blasón

No me gusta ir al banco. Lo detesto! Pero creo que mientras existan personas que realicen sus trámites bancarios a través de sus oficinas todavía se conservarán los puestos de trabajo de quienes laboran en ellas. Por eso me obligo a ir, aunque es algo que me resulta fastidioso, porque siempre hay colas, a veces falla la hay línea con internet, cada vez son más frías las oficinas, ...en definitiva, que esperar me supone una enorme pérdida de tiempo y un mayúsculo cansancio emocional. La verdad es que cuando yo acudo durante el invierno a las entidades bancarias con las que hago mis transacciones económicas todo lo anterior viene convenientemente suplido por la persona que me atiende, que me conoce, que hablamos y se atiene únicamente a hacer las operaciones que quiero y que le indico, con eficacia y eficiencia. Pero yo en verano viajo. Viajo mucho. ...Y en esta semana, recién llegada a una gran ciudad, con cansancio adicional y con otro viaje imprevisto a mayores, he tenido que ir a dos oficinas bancarias, de bancos diferentes, en las que he presenciado escenas inusuales: en una de ellas, observé un trato prepotente y faltón hacia las personas mayores mientras esperaba mi turno, podría decir que vejatorio, y, en la otra, una dejadez y desfachatez que raya en la estulticia supina, en ambas por parte de las personas que en ellas trabajan por lo que me he quedado estupefacta. Lo mínimo que tiene que tener una persona que trabaja de cara al público es educación y respeto por los clientes. Nosotros les pagamos el sueldo a los bancarios (gracias a que la entidad trabaja con nuestro dinero y cobra unas comisiones altísimas ellos tienen mensualidad), aunque puedan creer que por que trabajan en un banco son banqueros. Craso error! El banquero es el dueño del banco (persona que no necesita trabajar, con suculentos emolumentos económicos y para el que los que trabajan para él son sólo números) y el bancario no deja de ser el último eslabón de la cadena: es decir, nadie. 
 
Aunque todavía en el siglo XXI haya quien piense que es el no va más ser bancario, casi un “funcionario”, quedan muchos que no tienen estudios y que fueron enchufados cuando dar trabajos a dedo era corriente. También los hay sin escrúpulos y sin empatía por las personas que tienen enfrente. Pero hoy, que todos accedemos a la banca electrónica desde dónde queremos y cuándo nos apetece, no se dan cuenta de que sus oficios (bancarios, meros oficinistas) penden de un hilo. Es patético que en una de esas oficinas que nombraba en párrafos anteriores una señorita muy bien plantada detrás del mostrador pero totalmente inepta, no le importe hacer perder en una operación casi mil euros a un cliente y que, al darse cuenta, trate de vendarle los ojos ofreciéndole un seguro ¡nada menos que de decesos! como si le estuviese regalando algo. Al final tuvo que mediar el director porque ella tenía más que decir que el pobre señor. No sé cómo arreglarían en el despacho direccional porque directores conciliadores hay pocos, otros están cansados de pedir disculpas por el mal hacer de sus subordinados y otros sólo son presenciales, ni relaciones públicas (¿qué es eso?), ni les importa empatizar con los usuarios, permanecen escondidos en sus cubículos haciendo que hacen y sin hacer nada en realidad. La cruel realidad se impone siempre y a quienes ya tenemos una edad nos hace recordar a aquellos trabajadores de banca que en pantalón y camisa visitaban a "puerta fría" las casas de los potenciales clientes, dando la cara y ofreciendo su reputación como aval para conseguir incrementar el número de apertura de cuentas de ahorro. Me pregunto cómo hacían los bancarios hace cuarenta años, cuando tenían que buscar clientes, convencerlos para trabajar en el banco que representaban (tarea ardua difícil), cobraban, pagaban y puntuaban cada operación a mano, es decir, con lápiz y papel, y con una eficacia digna de admirar. Fidelizaban a cada persona que se prestaba a trabajar con ellos: esos bancarios se convertían en el banco, tenías un apuro y te ayudaban a solventarlo, los llamabas un domingo y acudían. Daban la cara! Estaban siempre al pie del cañón para no perder a las personas que depositaban su confianza en ellos. ...Y eran serios, muy serios. Hoy, muchos de los que trabajan en los bancos, dejan en pésima situación el excelente trabajo realizado por sus antecesores escondiendo la cabeza detrás de la pantalla del ordenador, como si fuesen avestruces. No mirando a la gente que hace colas, es más, no les interesa para nada personalizar el trato con quien tiene el dinero en su banco. No tienen respeto por ellos, véase sino el caso de las famosas “preferentes” vendidas por seres trajeados a personas mayores, en la mayoría de los casos dejándoles sin los ahorros de sus vidas, o el de los "depósitos basura" (¿les gustaría que se engañase así a sus padres o abuelos?). Y, lo peor, es que no hay síntomas de arrepentimiento alguno. Afortunadamente no son todos así, pero siempre paga justo por pecador. Aunque los que no son así, tienen que estar a las órdenes de los que sí lo son. Es una pena!
Reitero que cada vez somos menos las personas que utilizamos el banco físicamente, ya que la banca online por fortuna está al alcance de todos y, por suerte, se impone con fuerza. Una vez se cierren todas las oficinas, que tal como evoluciona la sociedad será pronto, veremos qué ocurre con la cantidad de personas que trabajan en algunos bancos y que no saben en donde tienen la mano derecha, aunque a ellos les parezca que sí. A algunos no les importa porque piensan cobrar indemnizaciones millonarias, pero yo no me fiaría tal y como están los tiempos de convulsos. El banquero no tiene nada que perder y si puede despedir sin indemnizar lo hará, siempre que lo ampare la ley. Bancarios, no hay peor ciego que el que no quiere ver!!!


lunes, 1 de agosto de 2016

LA ENVIDIA, ¿SANA O NOCIVA?, por Rhodéa Blasón

           Cuánto se puede hablar sobre la envidia! Podríamos llenar inmensidad de páginas con referencias argumentando sobre si la tristeza sobre los bienes ajenos existe, es buena o mala, al tipo de personas que puede afectar, si consiguen ser más felices que el prójimo, ...aunque no descubriríamos nada nuevo, pero sí muchos lectores de estas líneas identificarían a personajes cotidianos que se pudiesen encasillar en esos términos: “ENVIDIOSOS”. Evidentemente, todos en este mundo hemos conocido a personas celosas patológicas, hemos hecho vida social con ellas, incluso trabajado sin percances, pero descubriendo que quienes sufren de este padecimiento son tristes, muy desdichados y, que en mi opinión, ni son totalmente libres ni felices. Anhelar continuamente los bienes o los éxitos de sus semejantes es un grave padecimiento que corroe por dentro a quien lo sobrelleva.

           Llegados a este punto podríamos deducir que, observando, vemos como la envidia enferma a quien le angustia el corazón y la mente, haciéndole apartarse incluso de la realidad habitual, familiar y social. Un prestigioso siquiatra forense y escritor madrileño al que me une una gran amistad reitera a menudo que “las desgracias las provocan la envidia, los celos y la ignorancia”. Y yo estoy de acuerdo. Un padecimiento tan grave que impide ser feliz a quien lo vive no puede ser sano en ninguno de los casos y sí tan nocivo como la más malsana y maligna de las drogas que existen en nuestra humanidad.


           Lo peor de todo es que los seres poseídos enteramente de esta gran lacra social hacen infelices a sus familiares más cercanos que ven como se consumen soñando con lo que no pueden tener. Es como el cuento de “La Lechera” que sueña y sueña con lo inalcanzable para ella. Aprendamos a ser felices con lo que tenemos, sonriamos a la vida y enfrentémonos a ella con valentía no con recelos perniciosos y malévolos.


martes, 12 de julio de 2016

ADIOS AGUSTIN FERNANDEZ PAZ, por Rhodéa Blasón


    Hoy desayunaba con una llamada telefónica que me anunciaba la muerte de Agustín Fernández Paz (D.E.P.), gran escritor, amigo, compañero de letras y vecino de Vilalba. Fue un día entristecido para mí, porque, además, por causas personales, me dolió más recibir una noticia así. Agustín Fernández Paz era un referente importante de las letras gallegas, un Maestro de vida en la más amplia acepción que de la palabra maestro realiza el diccionario de la Real Academia Española. Enseñó a generaciones de alumnos a amar la lectura y la literatura en general, pero por encima de todo la gallega; a sus vecinos y amigos nos instruyó, sin quererlo, pero como buen enseñante que era, a conocer el valor de la palabra, a saber cómo utilizarla y a destacar que el idioma gallego debía ser conocido y hablado por los gallegos.
    Agustín, un hombre demasiado joven para morir, era dado a sentarse en una silla, sobre un lado y con las piernas cruzadas. Escuchaba incansable a quien le hablaba y argumentaba con pasión sobre cualquier tema del que se mantuviese una tertulia con él, aunque nosotros siempre acabábamos hablando de libros, nuestra gran pasión común. De carácter afable y cuerpo menudo, en su semblante siempre aparecía una amplia sonrisa cuando me reconocía. Este incansable escritor, gran conversador y reconocido con innumerables premios más que merecidos, escribía sin parar y de él aprendí concienzudamente a llenar multitud de libretas con tramas y personajes que se me van ocurriendo, para luego pulirlos para mis libros. Una de sus frases favoritas para mí era cuando me decía: “la inspiración no existe para quien no la trabaja”. El es ejemplo de un gran trabajador de las letras para todos los escritores que le conocíamos o para quienes hayan leído sus libros. Le gustaba visitar los colegios y seguir en contacto con la juventud. Mis hijos tienen todos sus libros firmados de su puño y letra y serán guardados como tesoros.

   
Gracias Agustín Fernández Paz por tantos momentos inolvidables en los que tanto aprendí de literatura hablando contigo, del amor por las cosas más insignificantes, por ser un vecino humilde y cariñoso con todos los habitantes de A Chaira, en especial de Vilalba, en donde tú naciste y yo me crié. Gracias por tus grandes obras que leerán con pasión las generaciones venideras. Y un fuerte y cariñoso abrazo para tu familia por tan grave pérdida. Ha sido todo un honor conocerte.

jueves, 23 de junio de 2016

UNA NOCHE MAGICA, por Rhodéa Blasón


    La noche de San Juan es una celebración mágica. Las lenguas de fuego de las hogueras se convierten en las siluetas de los más variopintos personajes míticos: todas las personas vemos algo diferente mirando con fijeza brillar y bailar las llamas de las fogatas. Es una fiesta ancestral que invita a los mozos a saltar la lumbre delante de su moza amada, a quemar alguna prenda de ropa para pedir salud o dejar en remojo agua con pétalos de rosa al sereno para lavar la cara a la mañana siguiente con ella para no envejecer.

    Existen muchas leyendas en torno a la fiesta de las hogueras del día de San Juan y se festeja en barrios y poblaciones muy dispares, siempre teniendo como protagonista al fuego. Desde semanas antes al festejo se van acumulando maderas en forma de pico, con el fin de conseguir cada año una pira más grande que el anterior y disfrutar del calor del fuego con la familia y los amigos dando buena cuenta de ricas y opíparas viandas.

    Las hogueras de San Juan tienen lugar la víspera de la fiesta del Santo (la noche del 23 al 24 de junio) y, cuenta la tradición que coinciden principalmente con la llegada del solsticio de verano, momento en el que se encendían fuegos al aire libre que tenían como finalidad darle más fuerza al sol, ya que a partir de ese momento los días comienzan a hacerse con lentitud más cortos hasta la llegada del solsticio de invierno. Ese fuego encendido además purificaba el alma de aquellos que lo contemplaban.

    Yo tengo la inmensa suerte de ver fogatas enormes desde mi ventana: me gusta mirar al fuego y me gustan los ritos que se celebran en torno a sus llamas. Yo sólo le pido salud para los míos y para mí, ya que envejecer es ley de vida y mozo ya tengo. Hasta este momento, aunque nunca he saltado las brasas ni quemado mi ropa, me han concedido mi más preciado deseo y un año más reincido en la petición de que mi familia se mantenga sana.


    Hoy, en la noche, con la plenitud de la luna llena y la luz que emanará de las hogueras de San Juan recordaré los cuentos y leyendas que en una noche como esta me relataba siempre una persona muy querida para mí, y que por desgracia ya no está conmigo. Este ser, tan importante en mi vida, me alumbrará con fuerza desde dónde se encuentre y me guiará en la vida como hasta ahora ha hecho. Yo contaré sus relatos hoy a mis hijos para que sepan que uno de sus antepasados, al que no han tenido el placer de conocer, vivía esta noche como algo mágico, mientras recordaba a sus padres Juan y Juana.


miércoles, 22 de junio de 2016

FALTA DE COMPROMISO, por Rhodéa Blasón

    “Dale a un necio un pirulí y creerá que es una varita mágica. ¡Cuántos ceporros existen que piensan que son los mejores ilusionistas del mundo!”
    Tal vez en este inocente enunciado podamos sintetizar la dejadez y la apatía que rodean a la sociedad que nos ha tocado vivir. Una humanidad agonizante que parece no importarle de forma real a nadie, salvo a quien padece la merma de sus derechos más básicos: derecho a una vivienda digna, derecho al trabajo, derecho a la igualdad, derecho a la integridad física y moral (muchos de nuestros niños y personas mayores carecen totalmente de esta justicia), sería inacabable la lista de los derechos que son menoscabados a nuestras libertades, tantas de ellas inexistentes en la actualidad.
    Frente a las personas tan desanimadas por una convulsión social que afecta de manera grave y absoluta siempre a los mismos, a los más débiles y desamparados, y que no tiene visos inminentes de renovarse, proliferan prestigitadores de la palabra que hacen creer a una sociedad sumisa y empobrecida culturalmente que la van a salvar de su aletargamiento.
    No he oído a nadie decir que va a erradicar el hambre en nuestro país (todos conocemos casos cercanos que nos hacen doler el corazón), ni que se equipararán sueldos para que no exista tanta desigualdad económica, ni que se inyectarán recursos para volver a disponer de las tan necesarias líneas de investigación para luchar eficazmente contra innumerables enfermedades y que fueron clausuradas por los recortes sufridos en ámbitos tan necesarios para garantizar una mayor calidad de vida a los enfermos que las padecen, ni que habrá más recursos sanitarios ni educacionales, ni tantos elementos cotidianos que me parecen de vital importancia para el vital funcionamiento de nuestro país.
     Una sociedad cansada de escuchar una y otra vez los mismos discursos y que no se ejecuten las promesas en las que pusieron su confianza, se aburre. Y el hastío y la apatía social y colectivos pueden dar lugar a “caldos de cultivo” que nadie desearíamos tener que soportar. Es tedioso ver que quien promete no tiene compromiso ni responsabilidad alguna con el pueblo que se desanima al ver que las promesas no son cumplidas en ninguna ocasión.


martes, 17 de mayo de 2016

Manuel María, “o poeta da Terra Cha”, por Rhodéa Blasón


Para quienes hemos conocido en vida al literato Manuel María siempre permaneceremos marcados por la aguda y firme mirada de sus escrutadores e inquietos ojos, y por la altura de su figura y la elegancia de su porte; cuando hablaba, escuchabas como de cada palabra hacía poesía: musicalizaba la naturaleza, el amor, la cultura, la sociedad, el arte, las tradicciones, …¡Todo lo que sus ojos veían y su mente pensaba! Sin dudarlo, para todos los chairegos Manuel María permanecerá en nuestras mentes como el “Poeta de A Terra Cha” y nos sentimos orgullosos de que el Día das Letras Galegas 2016 le sea dedicado a él. ¡Lo consiguió por méritos propios!
Manuel María era natural de Outeiro de Rey, vivió la mayor parte de su vida en Monforte de Lemos, localidad en la que trabajó como procurador de los tribunales, compatibilizándolo con la literatura, y la muerte le sorprendió en La Coruña. Su carrera literaria se inició precozmente en Lugo junto a Anxel Fole, Luis Pimentel, Juan RofCodina, …descubriendo junto a ellos la realidad social gallega de la época, tanto del país como la de los exiliados en el extranjero. En las tertulias del café Méndez Núñez, junto a los intelectuales que allí se reunían, tuvo consciencia del gallegismo y, a partir de ese momento y hasta su deceso, no cejó en su empeño de recuperar la rica cultura gallega, siempre a través de sus libros, de sus conferencias y de su representativa asistencia a actos sociales vinculados con las tradicciones y la cultura.
A pesar de su semblante serio, Manuel María era un hábil conversador que creía firmemente que con las palabras, bien utilizadas, “podemos cambiar el rumbo de los acontecimientos de la historia”. Podías pasar horas escuchándole hablar amenamente, con su voz arrulladora, y tenía la virtud de saber “sisar” a su público maravillosas sonrisas con su peculiar sentido del humor.