1955
Me llamo Ursula, como mi madre, mi abuela y demás mujeres de la familia. Tengo ocho hermanos varones y mis padres pensaban que ya no tendrían una niña a la que bautizar con el nombre de Ursula, pero, quizás, demasiado tarde y sin contar conmigo, y sin contar conmigo llegué yo. Y claro como no podía ser de otra manera me impusieron bautismalmente el nombre de mi madre. El día de mi bautismo se celebró en la nueva casa en la que íbamos a vivir a partir de entonces. Ocho hijos, el matrimonio y los cuatro abuelos todos juntos en el piso en el que vivieron hasta entonces hacía difícil la convivencia. A mi padre comenzaron a irle mejor los negocios y entonces cuando supieron que mamá estaba embarazada decidieron buscar una casa para comprarla, aunque mi abuela Ursula decía que era mucho dinero el que costaba, que nos llegaría un piso mayor. Pero mis padres no quisieron oir hablar del tema y buscaron una casa enorme, en uno de los mejores barrios de la ciudad. En la celebración posterior a mi bautizo mi padre no dejaba de decir que "esta niña acababa de traer prosperidad a la familia". A la fiesta acudieron amigos de mis padres, de mis abuelos y, sobre todo, de mis hermanos, que al cambiar de barrio habían cambiado también de colegio y mis padres querían que todos sus amigos estuvieran presentes en la ceremonia. Hubo comida para todos, pero abuela Ursula siguió protestando porque decía que con la que sobró se podía mantener a "un régimiento durante una temporada".
Mis padres eran felices, mi madre se ocupaba de la casa y los hijos junto con las abuelas, y mi padre tenía una empresa de reparación de automóviles, en la que le ayudaban los abuelos. La verdad es que en los últimos años el negocio había crecido mucho, mi padre lo había ampliado ya dos veces, y se veía prosperidad, por eso compró la casa para invertir de forma que su familia pudiera vivir en condiciones mejores y con mayor amplitud.
Abuela Ursula siempre estaba protestando, le parecía que la casa era demasiado ostentosa para personas humildes como ellos y decía que "el progreso igual que llega puede irse". Discutía mucho con mi padre, que pensaba todo lo contrario, que "para crecer económicamente había que integrarse en los colectivos y fuerzas vivas de la ciudad, pertenecer al Casino, vestir a la moda (a mi madre esto le encantaba) y salir mucho por las noches "para relacionarse con los clientes"decía mi progenitor.
Creo que mi llegada al mundo los cambió a todos, no sé si para mejor o para peor. Pero lo que sí sé que nací con unas espectativas por parte de mis padres que nunca llegué a cumplir. Y eso me convirtió en una mujer del todo imperfecta.
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