El alivio que sintió el comisario cuando vio llegar a los responsables de homicidios no lo comentó con nadie en voz alta, pero sus hombros y su pecho se relajó notablemente. Su intención era colaborar en todo aquello que pudiera, pero creía firmemente que era un caso que debían analizar expertos para saber claramente lo ocurrido.
Después de las pertinentes presentaciones y del resumen de los hechos conforme a como el jefe de policía los conocía, el grupo de homicidios comenzó un minucioso análisis del cuerpo de la joven, de los alrededores y hablaron con el hombre que había descubierto el cadáver, quien parecía encontrarse todavía en shook mental.
Presto vio desde el otro lado del camino como se procedía a trabajar en un caso como aquel. En todos los años que llevaba como responsable de la seguridad de la ciudad de Abilius nunca pensó encontrarse con algo así. Un lugar tranquilo, en el que la mayoría de los convecinos se conocía de toda la vida, no podía albergar un crimen, y mucho menos de estas características. No sabía qué pensar, pero estaba temiendo la reacción de los medios de comunicación cuando se enterasen de esta muerte y de lo que eso supondría para la ciudad.
A primera hora de la tarde llegó el forense y se procedió al levantamiento del cadáver. Al día siguiente le sería realizada la autopsia en el Centro Médico más cercano. El comisario se dirigió al jefe de homicidios y le comentó que usasen la comisaría como centro de trabajo y que él personalmente le presentaría a los habitantes de la ciudad, porque tal vez alguien hubiese visto algo. Homicidios trabajaba de forma diferente a Presto y sus agentes; cada acción que realizaban llevaba implícito el lema de "contra reloj", trataban de no dejar nada al azar. Habían hecho grupos de tres personas, que llamaban a hospitales, a refugios de indigentes, a comisarías de otras localidades, a taxistas, y otros colectivos con el fin de ver si alguien sabía de la desaparición de una mujer joven a la que le gustara hacer deporte.
Por la noche, cansados de un trabajo infructuoso y sin respuestas decidieron cenar y descansar unas horas. El comisario Presto lo había arreglado todo para que el Hostal "Refugio", dirigido por la encantadora
Encarnación González, les acogiera como en su propia casa. Encarnación era una pequeña mujer regordeta y alegre; emigrante en la Argentina en donde se había casado, pero tras la muerte por un infarto de su esposo había vendido sus propiedades en Buenos Años y con el dinero que había recaudado se dedicó a reformar su antigua casa familiar. Como era demasiado grande se le ocurrió la idea de crear el negocio que regentaba en la actualidad con la ayuda de una sobrina que también era su ahijada y que le hacía no sentir soledad.
Cuando los policías llegaron al Hostal los recibió Encarnación en persona, les enseñó las habitaciones y les dijo que bajasen a cenar, ya que sino su cocinera, era su prima carnal, se enfadaría mucho. Antes de irse, el comisario Presto le indicó que si había alguna novedad le llamase inmediatamente y que cerrase todas las puertas y las ventanas de la casa bien.
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