A Carmiña le habían enseñado siempre que a los problemas hay que enfrentarse y cuanto antes mejor. Por ello, se vistió de luto riguroso, como en los días anteriores, con la ropa de su madre. Después de preparar su habitación bajó a la cocina y, nada más entrar, notó el ambiente enrarecido, pero ella optó por comportarse como hacía cada día. Besó a sus abuelos, quienes estaban sentados detrás de la cocina económica: ella calcetando unos calcetines de lana de oveja y él puliendo un trozo de madera con su navaja. La tía Maruja estaba sentada a la mesa de madera, junto con su hermana y su sobrino, y no paraba de parlotear con su madre. No quiso escuchar lo que decía y se concentró en el desayuno y en cómo su abuela pasaba punto a punto las cuatro agujas por la labor. Cuando acabó su tazón de leche, recogió y le dijo a su abuela que iba a darles de comer a los animales y a ordeñar las vacas. Su abuela, como siempre que estaba preocupada, sólo le respondió con un leve asentimiento de su cabeza. Carmiña, antes de salir de la casa, se abrigó bien, y nada más salir se agachó y cogió un puñado de nieve en sus manos, y allí permaneció un momento mirando como se derretía. Los refranes antiguos decían siempre que "año de nieves, año de bienes". Ella sabía por las explicaciones de su familia que la nieve era buena para la tierra, porque al derretirse el agua se iba filtrando en ella poco a poco; y además, cuando había nevadas muy grandes, no faltaba el agua porque el deshielo llegaba hasta la primavera o incluso el verano.
Realizó concienzudamente las tareas que realizaba para mantener a los animales, y estuvo haciendo el tiempo hasta la hora de comer limpiando los utensilios y las cuadras. No quería llegar a casa y encontrarse con las insidias de su madrina, que lo único que hacía era enfrentar a la familia. Y lo peor era que lo hacía conscientemente.
Entonces llegó su padre a refugiarse con ella. Estaba tan concentrada en el trabajo que no se había dado cuenta de que nevaba fuerte. Quiso preguntarle a su progenitor qué pasaba, pero no se atrevió. Tenía que descubrir que hacía tiempo que sospechaba que nada bueno le depararía el futuro y que Maruja estaba por el medio intrigando, y no quería disgustar a su padre, ni hablar mal de aquella mujer a la que todo el mundo adoraba, pero que a ella no le gustaba. Más bien la inquietaba su presencia, su excentricidad, totalmente estudiada, su lengua viperina, lo calculadora que era, ... La verdad es que a Carmiña su madrina no le transmitía buenas vibraciones
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