La noche cayó suavemente sobre la playa cubriéndolo todo con su obscuro manto. El mar se sentía más cerca de las dunas por la pleamar y la luna estaba llena en las alturas de un cielo totalmente estrellado. La mujer pensó que llevaba demasiado tiempo allí sentada, le dolían las piernas y si no se refugiaba en la casa la acabaría cogiendo el frío. De camino al hogar, caminaba despacio colocando suavemente sus pies embuchados en unos tenis azules sobre la hierba de la senda que la llevaba al hogar. Pensaba en lo que le había dicho su suegra durante la conferencia de la tarde y no conseguía saber a qué se debían sus duras palabras ni la poca comprensión que le dedicaba. Ella, por respeto a su marido, solía callar y escuchar, aunque solamente en su soledad era consciente del daño psíquico que le estaban haciendo.
Al abrir la verja de la finca vio luz en la cocina, pero no le prestó atención. El servicio de su suegra estaría preparando la cena y no tenía ganas de enfrentarse a ellas. Caminó hasta el porche de la casa y se sentó en el columpio que le había colocado allí su marido para que pudiese contemplar el mar desde sentada en el cuando no le apetecía pasear o cuando llovía. Pensaba en dónde estaría, por qué tardaba tanto. Era consciente de que a veces las obligaciones laborales le obligaban a acudir a actos y reuniones largos, pero le extrañaba que no la hubiera llamado él y que se prolongase tanto en hacerlo si no iba a venir. Permaneció allí sentada largo tiempo ensimismada en sus pensamientos. Estaba tan absorta que no se dio cuenta del coche de policía que aparcaba justo delante de la verja de la casa y del que se bajó un hombre alto, con uniforme y que le hablaba sin abrir la cancela.
Tras la sorpresa, llegó el sobresalto. Se levantó de un brinco y bajó a abrir la cerca. El policía le explicó que su marido había sufrido un grave accidente de circulación cuando se dirigía a casa y que estaba hospitalizado. No conocían el alcance de sus heridas pero el choque había sido aparatoso y habían tardado varias horas en extraerlo del coche los equipos de excarcelación.
-En estos momentos le están operando. Si quiere acompañarnos le llevaremos al hospital, le dijo el agente
Su corazón pareció romperse en mil pedazos y aún así le pesaba dentro del pecho. Estaba atada al suelo, pero sentía que su vida se le iba de las manos.No podía pronunciar palabra debido a su aturdimiento. Gracias a la ayuda del agente consiguió subir al coche de la policía y fue con ellos, sumida en sus propios pensamientos. No habló en todo el camino. ¡Sólo lloró!. No debía pasarle nada malo a su marido, la persona a la que más quería, y cuyo amor tan feliz la hacía. No quería que la dejase sola, no podría sobrevivir al dolor. Durante el camino le dio tiempo de rezar, pero no era capaz de finalizar ninguna oración. Se abstenía de prepararse para lo peor, tan sólo pensaba en aferrarse a la esperanza de que su marido estuviese bien cuando llegase al hospital. Era lo único que deseaba. ¡Y confiaba plenamente en ello!.
Cuando llegaron al centro hospitalario, subió corriendo a la habitación de su marido. Había salido de quirófano, ya estaba consciente pero no podía verlo porque todavía estaban los médicos haciéndole un reconocimiento después de la operación. Vio a su suegra, elegantemente vestida con su enorme pamela de color malva y su vestido a juego, recargada de joyas. La miraba, de arriba a abajo, con desprecio y desdén. Ella iba en tenis, tejanos y jersey. La mujer se acercó a ella y le dijo con una exagerada rabia:
-Tú tienes la culpa de todo
Se giró para que no viera el daño que le hacía con sus palabras y no entendió a que venía aquella frase ni el odio con el que había sido pronunciada. Salieron los facultativos y les dijeron que podían entrar a ver al herido, que la operación había salido bien y que no lo cansaran. Su madre política y su suegro se adelantaron, ella entró en la habitación detrás de ellos, pero a quien buscó con los ojos el herido fue a ella. A quien le esbozó una leve sonrisa fue a ella. ¡Qué regalo más maravilloso le había hecho su marido!. Con esa mirada cargada de amor y ese leve gesto la había hecho feliz y le había dicho sin palabras que se tranquilizase. Se entendían a la perfección e interpretaban sus gestos sin temor a equivocarse. Sabía que él contaba con ella para compartir su vida.
Su suegra ,que no perdía detalle, se había dado cuenta de todo. Le dijo al hijo que debía haberse quedado en la casa de ellos y no viajar de noche, que era peligroso. Que podían hablar de su vida cuando se repusiera y que no tenía que afectarle el enfrentamiento que habían tenido padre e hijo en el bufete antes de que este cogiese el coche para regresar a su hogar. El hombre, desde la cama, se quedó mirándolos fijamente y les espetó:
-Yo no tengo nada de qué hablar. He tenido un accidente y punto. Voy a tratar de recuperarme y me iré a vivir con mi esposa, ya os dije que dejaré el bufete.
-Y de qué vivirás, -le recordó su madre- y en dónde, porque la casa de la playa es nuestra.
-No os preocupéis por nosotros. Cuando salga del hospital buscaremos un lugar en el que podamos vivir y yo puedo dedicarme a la abogacía igualmente y mi mujer a su profesión: A la pintura.
Los padres de él se miraron incrédulos y se fueron, quizá debido a lo enérgico y firme de las palabras que acababa de pronunciar su hijo. Y entonces, cuando ellos se fueron, el hombre le explicó a su mujer que el trabajo con su padre no le satisfacía, estaba obligado a llevar los casos como su padre quería, divorcios de mujeres u hombres ricos, y él se estaba agobiando por tener que dedicarle tantas horas a su profesión y tan pocas a ella. Le dijo también que sabía de las tensiones que tenía que soportar la mujer por parte de su madre y su hermana, quienes continuamente se entrometían en su vida, y, emocionado, le confesó que él quería vivir siempre junto a ella, viviendo juntos su amor, y dedicándose a su profesión defendiendo a quienes necesitaban de un buen abogado por motivos inevitables, aunque fuesen pobres. A él le gustaba el Derecho para ejercerlo "sin mirar previamente las carteras de los clientes". Le dijo, a su amada, que su madre quería que aquella noche acudiese a una fiesta de unos importantes clientes que podían hacerlo iniciar su carrera política, pero él no quiso participar de tal evento y que cuando él se negó a ir le habló mal de su mujer, utilizando palabras muy despectivas para ello. Entonces el hombre se enfadó y cogió el coche para acudir a junto de su amada y alejarse de aquel fétido ambiente en el que tanto tiempo había permanecido.
Ahora, cuando se encontraba al lado de su marido ella se sentía feliz. Era consciente de que saldrían adelante los dos juntos, que su vida sería intensa y privilegiada, ya que cuando el amor es verdadero nada puede interponerse ante un sentimiento tan fuerte. Su amor era firme, sensato y verdadero, tan solo se necesitaban a ellos mismos y que él se repusiese pronto para dejar el hospital. La vida transcurriría conforme a la profundidad de sus sentimientos y a la bondad de sus corazones. ¡Qué hermoso es el amor cuando es verdadero!
Hola Rhodea, ya está todo unido y preparado para cuando hagamos el pdf con todos los relatos.
ResponderEliminarMuchas gracias por participar y con tan buen arte.
Un abrazo.