La lucha de los derechos
sociales de la mujer no se fraguó en un pequeño período de tiempo.
Todo lo contrario, en nuestra historia ha habido féminas que han
expuesto en numerosas ocasiones su vida durante largos años, incluso
generaciones, para que en la actualidad podamos disfrutar de una
supuesta equidad colectiva frente a los hombres. Y digo supuesta
porque, por desgracia, la justicia comunitaria de las mujeres está
sumida en una espiral de confusión y extravío de los derechos
sociales femeninos que hace que las estadísticas indiquen que
nuestra igualdad, que adquirimos a costa del sufrimiento y valentía
de señoras que antepusieron sus contiendas personales, familiares y
laborales a unas vidas pacíficas, se vea mermada de manera silente y
sin quietud.
Las mujeres le debemos el
poder acudir a las urnas a depositar nuestro voto libremente a Clara
Campoamor, una firme defensora de los derechos de las mujeres, quien
en su carrera política consiguió que se estableciese la “no
discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los
hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y,
lo que más le costó el sufragio universal (voto femenino)”, que
hubo de ser debatido en las Cortes españolas. La votación se
realizó por sufragio universal masculino, aunque a las mujeres se
les reconoció el derecho al sufragio pasivo, por lo que pudieron
presentarse como candidatas. Eran sólo tres: Clara Campoamor,
Margarita Nelken y Victoria Kent. La primera y la última tuvieron un
destacado protagonismo en los pactos anteriores y durante el debate
sobre la concesión del derecho del voto a las mujeres. Consiguieron
los apoyos de algunos hombres que creían que las mujeres nunca
serían merecedoras de depositar en las urnas una lista de votación
y lo hicieron gracias a la argumentación positiva de ambas que
luchaban con tesón por sus ideales. En aquellos momentos eran muchos
los machos que pensaban que las mujeres no sabían pensar ni tomar
decisiones y que su terea era la de traer hijos al mundo para que
perdurase su linaje.
La vida de Clara Campoamor
fue una vida difícil: huérfana de padre trabajó de costurera con
su madre, hizo de recadera y dependienta en comercios, y fue
telefonista. Su mente inquieta y aperturista le señaló que la mejor
manera de tener trabajo fijo era presentándose a las oposiciones del
Cuerpo de Correos y Telégrafos. Su inteligencia avanzada y su gran
capacidad de aprendizaje le ayudaron a que sacase el número uno en
los exámenes y se convirtiese así en funcionaria. Trabajaba y
enseñaba a leer y a escribir a las mujeres que no habían tenido la
oportunidad de mejorar socialmente como ella. Continuó sus estudios
hasta hacerse abogada. Su madre, que era modista, le confeccionó un
hermoso traje para que lo luciese el día de su exposición en las
Cortes a favor del voto femenino. Era una mujer conciliadora y
negociadora que consiguió, que a partir de entonces, las hembras
tengamos unos derechos sociales que si no logramos sustentar pronto
comenzaremos a perder.
Conseguir el voto para la
mujer, en la Constitución de 1931 durante la Segunda República, la
extenuó intelectual y socialmente, y acabó con su carrera política
en España. Al estallar la guerra civil se exilió a Lausane en donde
murió ciega y víctima de un cáncer. ¿Qué pensaría hoy esta gran
mujer al ser sabedora de que las damas cobramos menos por ejercer el
mismo trabajo que los hombres? ¿Qué sentiría al saber que algunas
empresas hacen firmar contratos a la mujer en los que se comprometen
a no tener hijos, padres a su cargo o maridos enfermos a los que
cuidar? No voy a seguir poniendo ejemplos, que serían demasiados, de
lo que ocurre en la sociedad laboral actual. Yo he tenido la suerte
de que nunca he cobrado menos que un hombre por ejercer el mismo
trabajo, pero me encolerizaría notablemente que mi hija tuviera que
sucumbir ante tal precaria situación laboral o que tuviese que
elegir entre ejercer su derecho al trabajo y el derecho a ser madre.
Existe una generación intermedia
que piensan que los derechos nacen con ellos y que las mujeres nunca
hemos vivido mejor, pero yo no estoy de acuerdo y no me gustaría que
nadie vilipendiara o agraviase laboralmente a las jóvenes de mi
familia. Sería un insulto a nuestra inteligencia, a nuestros
derechos sociales y al arduo trabajo realizado por Clara Campoamor.
Me fascinó de siempre la vida de
ResponderEliminarClara Campoamor y de muchas otras
que lucharon por lo mismo.