Cuantas veces nos preguntamos si la vida carece de sentido desplegando un enorme grado de soberbia. Nacemos, crecemos, nos hacemos adultos y esa presunción nos ciega. Queremos ser más que nadie, tener más que los demás, vivir mejor que los amigos, ...¿pero quiénes somos nosotros para decidir todas estas banalidades?
El orgullo, a veces heredado de la familia otras no, no nos hace ser más felices, ni la envidia, ni los celos, que quienes los sufren sienten una tristeza de los bienes y obras ajenos que les hace seres infelices.
Nunca se puede ser más que nadie, ni tener más,....
Una persona humilde se conforma siempre con lo que tiene sin pensar para nada en lo que le superan sus amigos. Es lícito pensar en mejorar, pero nunca a costa de los demás. Y por supuesto, yo estoy totalmente convencida de que es posible vivir mejor, si eres feliz, con un poco de pan, saboreándolo con la familia en medio de sonrisas y felicidad, que en una mesa con las mejores viandas pero que los comensales se critican unos a otros.
Es una riqueza enorme tener salud, una familia que te quiera y tener amig@s con los que pueder contar en los momentos duros de la vida.
Una frase que ha permanecido en mi corazón siempre desde que me la enseñó mi abuelo materno es que "la vida es un camino de rosas cargado de espinas. Algunas personas al primer pinchado se achican, mientras que otras se lastiman y se clavan las espinas del rosal, pero aún así, con dolor, siguen luchando por conseguir sus objetivos, por ser mejor personas e incluso por ayudar a los demás".