Cuánto se puede hablar
sobre la envidia! Podríamos llenar inmensidad de páginas con
referencias argumentando sobre si la tristeza sobre los bienes ajenos
existe, es buena o mala, al tipo de personas que puede afectar, si
consiguen ser más felices que el prójimo, ...aunque no
descubriríamos nada nuevo, pero sí muchos lectores de estas líneas
identificarían a personajes cotidianos que se pudiesen encasillar en
esos términos: “ENVIDIOSOS”. Evidentemente, todos en este mundo
hemos conocido a personas celosas patológicas, hemos hecho vida
social con ellas, incluso trabajado sin percances, pero descubriendo
que quienes sufren de este padecimiento son tristes, muy desdichados
y, que en mi opinión, ni son totalmente libres ni felices. Anhelar
continuamente los bienes o los éxitos de sus semejantes es un grave
padecimiento que corroe por dentro a quien lo sobrelleva.
Llegados a este punto
podríamos deducir que, observando, vemos como la envidia enferma a
quien le angustia el corazón y la mente, haciéndole apartarse
incluso de la realidad habitual, familiar y social. Un prestigioso
siquiatra forense y escritor madrileño al que me une una gran
amistad reitera a menudo que “las desgracias las provocan la
envidia, los celos y la ignorancia”. Y yo estoy de acuerdo. Un
padecimiento tan grave que impide ser feliz a quien lo vive no puede
ser sano en ninguno de los casos y sí tan nocivo como la más
malsana y maligna de las drogas que existen en nuestra humanidad.
Lo peor de todo es
que los seres poseídos enteramente de esta gran lacra social hacen
infelices a sus familiares más cercanos que ven como se consumen
soñando con lo que no pueden tener. Es como el cuento de “La
Lechera” que sueña y sueña con lo inalcanzable para ella.
Aprendamos a ser felices con lo que tenemos, sonriamos a la vida y
enfrentémonos a ella con valentía no con recelos perniciosos y
malévolos.