El silencio es mi fiel amigo, ni
negro ni blanco, sino una amplia paleta pictórica de coloridos que
me seducen según las situaciones emocionales que me encuentro
viviendo en cada momento.
Una vida marcada por
la grisácea soledad
me obligó a abrirme
camino en una verdosa senda llena de cruel verdad;
mis ilusos sueños se
alimentaban del tenue sonido del amarronado trino de los pájaros
y de las cantarinas y
azuladas cascadas de cristalina y límpida agua,
siempre cercanas a la
sombría y obscura robleda.
No obstante, recuerdo
con fascinación los anaranjados y rojizos atardeceres
que admiraba al lado de la
nívea puerta,
a los pies de mi dulce y
amado abuelo sentada,
antes del ámbar silencio
y la negrura de mis luceros.
Estos llegaron, de
prisa, al caer por las barnizadas escaleras
de un claro color miel
encerado y trabajado con mimo
por las delicadas y
blancas manos de mi risueña abuela;
no ver, convirtió mi vida
en una amalgama de grises amarillentos,
y, no oír, es una evocación
permanente de los alegres colores del arco iris,
perlados con sus reflejos
multicolores que dan rienda suelta a mi único poder de imaginar.