Hoy desayunaba
con una llamada telefónica que me anunciaba la muerte de Agustín
Fernández Paz (D.E.P.), gran escritor, amigo, compañero de letras y
vecino de Vilalba. Fue un día entristecido para mí, porque, además,
por causas personales, me dolió más recibir una noticia así.
Agustín Fernández Paz era un referente importante de las letras
gallegas, un Maestro de vida en la más amplia acepción que de la
palabra maestro realiza el diccionario de la Real Academia Española.
Enseñó a generaciones de alumnos a amar la lectura y la literatura
en general, pero por encima de todo la gallega; a sus vecinos y
amigos nos instruyó, sin quererlo, pero como buen enseñante que
era, a conocer el valor de la palabra, a saber cómo utilizarla y a
destacar que el idioma gallego debía ser conocido y hablado por los
gallegos.
Agustín, un
hombre demasiado joven para morir, era dado a sentarse en una silla,
sobre un lado y con las piernas cruzadas. Escuchaba incansable a
quien le hablaba y argumentaba con pasión sobre cualquier tema del
que se mantuviese una tertulia con él, aunque nosotros siempre
acabábamos hablando de libros, nuestra gran pasión común. De
carácter afable y cuerpo menudo, en su semblante siempre aparecía
una amplia sonrisa cuando me reconocía. Este incansable escritor,
gran conversador y reconocido con innumerables premios más que
merecidos, escribía sin parar y de él aprendí concienzudamente a
llenar multitud de libretas con tramas y personajes que se me van
ocurriendo, para luego pulirlos para mis libros. Una de sus frases
favoritas para mí era cuando me decía: “la inspiración no existe
para quien no la trabaja”. El es ejemplo de un gran trabajador de
las letras para todos los escritores que le conocíamos o para
quienes hayan leído sus libros. Le gustaba visitar los colegios y
seguir en contacto con la juventud. Mis hijos tienen todos sus libros
firmados de su puño y letra y serán guardados como tesoros.