Desde niño Xoel vivía en
una aldea de la alta montaña gallega. Hermosa, singular, en donde el
tiempo parecía haberse parado, no porque no transcurriese, sino
porque pasaba de manera suave y lenta. Allí nació, creció y se
hizo mayor, aprendiendo a amar el trinar de los pájaros, el
cantarino sonido del agua al caer, tras producirse el deshielo, desde
las elevadas cumbres en forma de cascada entre las más diversas
tonalidades del verdoso y fascinante paisaje que formaba la madre
naturaleza.
En aquel lugar estaba dichoso, faenaba en la tierra con adoración por ella y con gratitud por los
frutos que le devolvía, quería a cada uno de los animales que
cuidaba, y sus vecinos eran una extensión de su familia.
Xoel se casó con su novia de
toda la vida, Laura, con quien había acudido a la escuela y quien
vino a vivir a la casa de su marido junto a sus abuelos maternos y a
sus progenitores. Ella se adaptó bien al ritmo de aquella vivienda.
Le gustaba amasar y cocer el pan en el horno de leña junto a su
suegra y contarse confidencias envueltas por aquel aroma a sabrosa
vianda que las impregnaba de prosperidad.
Al quedarse Laura encinta, la
familia decidió ampliar el hogar para que hubiese más espacio para
la criatura que pronto acunarían y para los próximos vástagos que
premiarían el dulce amor que se profesaba el joven matrimonio.
Unicamente habría que hacer unas pequeñas obras, sobre todo en el
desván.
En sus ratos libres, Xoel acudía
a la planta alta con papel y lápiz para ver por dónde podría
ampliar las columnas de madera que sostenían el tejado y plasmando
en la blanca cuartilla los bocetos de lo que se le ocurría para
agrandar la casa. En esta tarea estaba cuando al mover una serie de
muebles antiguos y utensilios que los cubrían descubrió un hermoso
arcón tallado. Se quedó pasmado mirándolo y no pudo dejar de caer
en la tentación de abrirlo.
Se
arrodilló y al levantar con suavidad su tapa descubrió una cantidad
inmensa de libros. Nunca tantos había visto y comenzó a leer uno
hasta que se hizo la noche. Hablaba de las “normas de urbanidad”.
Le era difícil entender algunas palabras pero decidió bajarlo y
leerlo junto a su esposa que era mucho más lista que él.
De
esta manera y tras averiguar que aquel baúl había venido con uno de
sus bisabuelos que había estado muchos años viviendo en Cuba, tanto
Xoel como Laura pudieron viajar a lugares lejanos sin moverse de su
casa, vivir aventuras, descubrir a autores que les producían
emociones y sentimientos que nunca pensaran poder sentir, y crear una
complicidad entre ambos y las historias que leían que hizo mucho más
fuertes sus lazos de amor.
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