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jueves, 22 de junio de 2017

HAY TENTACIONES PRODIGIOSAS, por Rhodéa Blasón



      Desde niño Xoel vivía en una aldea de la alta montaña gallega. Hermosa, singular, en donde el tiempo parecía haberse parado, no porque no transcurriese, sino porque pasaba de manera suave y lenta. Allí nació, creció y se hizo mayor, aprendiendo a amar el trinar de los pájaros, el cantarino sonido del agua al caer, tras producirse el deshielo, desde las elevadas cumbres en forma de cascada entre las más diversas tonalidades del verdoso y fascinante paisaje que formaba la madre naturaleza.
En aquel lugar estaba dichoso, faenaba en la tierra con adoración por ella y con gratitud por los frutos que le devolvía, quería a cada uno de los animales que cuidaba, y sus vecinos eran una extensión de su familia.

      Xoel se casó con su novia de toda la vida, Laura, con quien había acudido a la escuela y quien vino a vivir a la casa de su marido junto a sus abuelos maternos y a sus progenitores. Ella se adaptó bien al ritmo de aquella vivienda. Le gustaba amasar y cocer el pan en el horno de leña junto a su suegra y contarse confidencias envueltas por aquel aroma a sabrosa vianda que las impregnaba de prosperidad.

      Al quedarse Laura encinta, la familia decidió ampliar el hogar para que hubiese más espacio para la criatura que pronto acunarían y para los próximos vástagos que premiarían el dulce amor que se profesaba el joven matrimonio. Unicamente habría que hacer unas pequeñas obras, sobre todo en el desván.

      En sus ratos libres, Xoel acudía a la planta alta con papel y lápiz para ver por dónde podría ampliar las columnas de madera que sostenían el tejado y plasmando en la blanca cuartilla los bocetos de lo que se le ocurría para agrandar la casa. En esta tarea estaba cuando al mover una serie de muebles antiguos y utensilios que los cubrían descubrió un hermoso arcón tallado. Se quedó pasmado mirándolo y no pudo dejar de caer en la tentación de abrirlo.

      Se arrodilló y al levantar con suavidad su tapa descubrió una cantidad inmensa de libros. Nunca tantos había visto y comenzó a leer uno hasta que se hizo la noche. Hablaba de las “normas de urbanidad”. Le era difícil entender algunas palabras pero decidió bajarlo y leerlo junto a su esposa que era mucho más lista que él.

      De esta manera y tras averiguar que aquel baúl había venido con uno de sus bisabuelos que había estado muchos años viviendo en Cuba, tanto Xoel como Laura pudieron viajar a lugares lejanos sin moverse de su casa, vivir aventuras, descubrir a autores que les producían emociones y sentimientos que nunca pensaran poder sentir, y crear una complicidad entre ambos y las historias que leían que hizo mucho más fuertes sus lazos de amor.





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