miércoles, 14 de febrero de 2018

MI ULTIMO SUSPIRO, por Rhodéa Blasón



       Desorientada, fría, desnuda, contraída, esquiva, ...Tu caparazón me cubre, me ampara, pero no me protege de mis sentimientos más íntimos, ni de mi fragilidad.
     
        Obscuridad, eco, tristeza, soledad, ...Pensé que era un sueño que desaparecería al despertar, pero permanezco aquí. Escondida, asustada, temblorosa, ...Mis pulmones no se llenan al completo de aire y eso me perturba.

        Mis ojos no dejan de mirar tu impenitente lengua que los hace mecerse de un lado a otro. Mareo, desamparo, exposición, ...Mi miedo y mi ceguera me impiden moverme y buscar la realidad.

        ¡Quiero salir y respirar!

        ¡Quiero salir y ver la luz!

       El inmenso peso de lo que me tapa me lo impide.

       ¿Quién puede pensar que intenté escapar de la vida en el interior de una campana bajo la que entré a rastras?

        Pero no sé qué ocurrió. Me despertaron los fuertes golpes de su badajo y vi que estaba apoyada sobre la piedra.

        Nunca podré salir de esta obscuridad.

        Aquí exhalaré mi último suspiro.


viernes, 2 de febrero de 2018

¿HIJOS EGOISTAS?, por Rhodéa Blasón





             José era un hombre mayor, curtido en mil batallas. Había viajado a Cuba en su adolescencia de la mano de su hermano mayor Manuel y allí se había dedicado a trabajar en una refinería de caña de azúcar. Escapaban del hambre que convivía junto a ellos en su humilde hogar. Esta dura emigración, más los años que vivió en Melilla y en el sur de España hicieron de José un hombre serio, duro por fuera, pero enormemente noble en sus sentimientos y emociones.
              Tras labrarse un porvenir en su aldea se casó y tuvo hijos, a los que intentó enseñarles lo que era la grandeza de la vida: cruel y feliz, por momentos, como las estaciones del año. Ninguno de sus hijos quiso continuar con su pujante negocio que cada vez crecía más y él sufría en silencio, porque la existencia le había enseñado que el hombre inteligente era el que valoraba y meditaba sus respuestas. Tras enviudar volvió a hablar con sus hijos por si alguno quería continuar con su empresa pero todos se negaron. No tenían intención de trabajar para sí mismos; era mejor tener una nómina a fin de mes que luchar por el sueño de su progenitor, en el que había invertido dinero, trabajo y había hecho realidad muchos objetivos que se había marcado.
               José aceptó con tristeza la decisión de sus vástagos. Pero sus ojos se tornaron opacos y su boca en pocas ocasiones esbozaba una sonrisa. Cuando sus retoños comenzaron a quedarse sin trabajo por causa de la crisis, venían junto a su padre a pedir dinero o que les buscase trabajo. El siempre les ayudó con comida y a veces les tapó algún "agujero", pero siempre les repetía lo mismo:
               -Pudisteis seguir con mi negocio y tener trabajo y dinero, pero no quisisteis. Yo tuve que malvender la mercancía que tenía para retirarme y ahora mi pensión de jubilación es pequeña no puedo ayudaros más.
               Poco a poco sus hijos se fueron separando de él porque pensaban que su padre se había hecho rico en Cuba y no quería ayudarlos, pero la verdad no era esa. Yo, junto a todas las personas que querían escucharlo, le he oído explicar que de Cuba trajo unos ahorros que invirtió en su negocio para ponerlo a funcionar y lo hizo crecer pensando en dejárselo a sus hijos que no lo quisieron. Nunca pudo recuperar lo invertido y ahora vive y pena mirando el fuego de una chimenea de leña en una residencia de ancianos a la que sus hijos no acuden a verlo ni por Navidad.

martes, 23 de enero de 2018

"LA SOLEDAD, ENFERMEDAD CRUEL", por Rhodéa Blasón


      Una de las enfermedades más graves y crueles que padece nuestra sociedad en la actualidad es la soledad. Es silenciosa, pérfida, nociva, sibilina, infame, ...y puede llevarnos en dirección a la muerte sin que el ser humano sea consciente. Vivimos en un mundo demasiado desprendido de los mayores, los enfermos, los niños (quienes también sufren los efectos del aislamiento y el abandono), o de las personas que tienen problemas de interrelación con sus semejantes. Se perdió el arte de la conversación con nuestros semejantes, la virtud de la solidaridad y empatía con las personas de nuestra familia o cercanas que viven solas, ...o directamente es más fácil enviar a los mayores a residencias en las que, aunque estén perfectamente bien de salud, serán considerados pacientes y seguirán órdenes que no los satisfacen emocionalmente; igual ocurrirá con los enfermos de quien la mayor parte de la gente se quiere separar sucediéndose el "efecto paloma" que dejará cerca de ellos a muy pocas personas; a los niños para que no pregunten, no hagan ruido, no se manchen (no concibo la felicidad de una criatura sin que realice estas tres actividades mínimo) es preferible dejarles juegos de móvil o de máquinas que en algunas ocasiones superan con gravedad los niveles de violencia permitidos para personas pequeñas que no tienen sus mentes todavía formadas, antes que una pistola de juguete como las de toda la vida que simplemente haga ruido y el chiquillo tenga que estimular su imaginación para jugar a indios y vaqueros con otros compañeros; y a quienes se sabe que viven en soledad es más fácil apartarse de ellos no vaya a ser que nos pidan demasiado o nos cuenten sus desvelos.

     Con diferencia y a pesar de que soy partidaria de todos los avances tecnológicos que existen no dejo de acordarme de los parloteos que veía durante mi niñez en mi casa, en dónde se hablaba de todo y se me explicaba todo aquello que no entendía. Se convivía y se compartía con los vecinos, se jugaba con nosotros, los niños, se pensaba en los enfermos y se ayudaba con ellos aunque no fuesen de la familia y las personas que vivían solas cerca de casa sabían que podían acudir a comer o a pasar la tarde. Unos jugaban a las cartas, otros reían, otros paliqueaban sin parar y otros hacían las actividades que les apetecían. Fueron tiempos hermosos y llenos de aprendizajes para mí. La verdad es que tuve que hacerme mujer mucho antes que otras personas de mi edad porque tenía enfermos de mi sangre y muy cercanos, pero eso me ha valido a lo largo de mi vida para ser más sensible con quien lo pasa mal.

     Antropológicamente la sociedad ha cambiado demasiado rápido en muy pocos años y quizá los seres humanos no hemos sabido adaptarnos a esa transformación tan dinámica. Por eso existe la soledad que en tantas situaciones acaba en depresiones o enfermedades mentales graves que no deberían existir, pero, por sí sola, la soledad (y más si va acompañada de tristeza) es una lacra social que avanza a pasos agigantados en la sociedad en la que vivimos y lo peor es que no queremos mirar a nuestro alrededor para verla, jugando al entretenimiento del avestruz que esconde la cabeza debajo de su ala y así cree que no la ven.