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jueves, 30 de agosto de 2018

LA MUJER DEL PARQUE, por Rhodéa Blasón





     El hombre, vestido con un elegante traje de tweed claro, no podía dejar de mirar a aquella hermosa mujer que irradiaba alegría en cada uno de sus gestos. Se había comprado el periódico para estar al tanto de las noticias económicas que tanto podían influir en sus negocios, pero lo había enrollado y no lo había abierto. Sentado de medio lado en aquel banco del parque, cerca de la balconada desde la que se podían admirar unas vistas increíbles, con su pierna izquierda cruzada sobre la derecha, pensaba como hablar con aquella fémina que tanto le había sorprendido.

    De repente se dio cuenta de que ella había dejado caer de su bolso, mientras se ponía sus gafas negras de sol, un límpido pañuelo blanco que pareció mecerse en el aire durante una eternidad hasta que llegó al suelo. El hombre supo que aquel era un momento para no desaprovechar: se levantó raudo, recogió la seda blanca y se la entregó a la mujer con la mejor de sus sonrisas.

     Ella le dio las gracias, le explicó que aquel pañuelo era un hermoso recuerdo de su querida madre que nunca querría perder, pero no lo agarró.Las manos femeninas enguantadas en bellísimo encaje no se movieron. Pero la mujer seguía hablando e indicándole al hombre que conservaba el aroma de la colonia de su progenitora. Tenía una voz dulce y cantarina, y no dejaba de mostrarle al caballero su atractiva sonrisa.

   Sin dudarlo él lo acercó a su nariz y se emborrachó de aquel dulzón aroma que no lograba identificar. De pronto sus ojos se salían de sus órbitas pidiendo auxilio a aquella desconocida que no se movía. Pero tenía el rictus de la venganza pintado en su rostro y le escupió cuando exhalaba su último aliento:

    -Has despedido a mi madre y no has permitido que yo trabajase en ninguna de las empresas de nuestro padre. Ahora seré yo su única heredera

    Se dio la media vuelta y caminó con rapidez alejandose del lugar de la vendetta y sabiendo que no le quedaba nada para convertirse en una mujer muy rica.


viernes, 25 de mayo de 2018

"JUGADA DEL DESTINO", por Rhodéa Blasón

     


      Pedro vivía en la aldea con su abuela ciega y una hermana de ella de edad avanzada. La mujer le había criado tras perder a sus padres en un accidente cuando emigraban a Alemania en busca de un futuro mejor, para ellos y para él.

     La madre de su madre, a pesar de la falta del sentido de la visión, lo conocía tan bien que siempre le regañaba porque ningún trabajo le duraba demasiado tiempo. Realmente, a su nieto no le gustaba nada trabajar; hacía chapucillas para conseguir dinero inmediato, pero nada serio. En cambio, le gustaba vivir la juerga, emborracharse, las mujeres, ...e ir al casino de la ciudad con sus amigos algunos fines de semana. Pero ellos tenían dinero para jugar, mientras él miraba o sólo podía jugar una partida.

     Aquella semana había trabajado mucho en una empresa de carrocerías y había hecho horas extra. Por eso el viernes, cuando cobró, lo tuvo muy claro: "cogería un autobús e iría a jugar". Estaba seguro de que lo perdería todo pero su abuela le regañaría de una manera u otra así que no se lo pensó.

    No había muchos jugadores en el casino, pero no importaba. Se sentó y comenzó el juego. Al principio perdió, pero luego, un golpe de suerte hizo que ganase. ...y volviese a ganar. Al amanecer llegó a casa con un millón envuelto en un fajo de papeles de periódico. No cabía en sí de júbilo. Dejó el paquete sobre una de las sillas de la cocina y subió a cambiarse de ropa.

     Mientras, su abuela, que había madrugado para cocer pan en el horno del hogar, entraba de afuera con unos troncos para encender la cocina de leña. No veía, pero hacía todas las labores sin necesidad de ayuda. Introdujo dos troncos cruzados en el interior de la cocina y unas ramas en las que prendió fuego con una cerilla. Tenía que esperar un poco para ver si prendía y decidió sentarse a la mesa.

      Se levantó con rapidez y tocó con sus arrugadas manos para ver que era lo que había allí. Sintió el papel de periódico entre sus dedos y decidió echarlo al fogón. "Me ahorraré traer más ramas para que prenda el fuego".

     -¿Qué has hecho abuela?, gritó Pedro desde el umbral de la puerta asustando a su abuela

    -Encender la cocina, hijo, para caldear la casa y poder cocinar, -le respondió ella.-Anda ve a trabajar que hay mucho que hacer en los establos

     Pedro, como un niño obediente allí se dirigió, pero no a trabajar. Cogió la escopeta de caza y se levantó la tapa de los sesos con ella.